Primeros días en Mauritania: la titánica odisea de lo cotidiano

Si bien Marruecos es parte de África, sabía que cruzar la frontera hacia Mauritania iba a ser un primer golpe de realidad. Marruecos es de los países más ricos de la región, tiene un flujo turístico enorme y aunque las tradiciones se mantienen puertas adentro, es relativamente fácil sostener las comodidades occidentales. Mauritania, tenía claro, era otra historia.

En este posteo ya expliqué la travesía para quienes buscan indagar en los pormenores burocráticos del cruce fronterizo, así que no me voy a repetir. Sin embargo, en esa sala de espera más parecida a una celda que cualquier oficina pública, intuía que el sello en el pasaporte marcaba mucho más que la entrada a otro país.

sala de espera en la frontera marruecos mauritania
La sala de espera en la oficina de migraciones

El transporte público era una combi de 12 asientos con los equipajes en el techo. Al horizonte solo arena, desierto, camellos, campamentos nómades y un sol rojo incendiándose en la bajada. Llegué a la capital tarde y cansada, sin oponer resistencia a un taxista que me cobró cinco veces más que a un local. Odio dejarme estafar, pero a veces la comodidad y urgencia de descanso pesan más que algunos euros. Saber elegir las batallas, de eso se trata.

Un hostel manejado por un francés y con turistas de todo el mundo en una ciudad como Nuakchot es, más que nunca, un oasis en el Sahara. Recién me animé a salir sobre las cinco de la tarde, cuando el sol aflojaba, ya había resuelto el lavado de ropa y la carga de baterías, literal y metafóricamente hablando. De todas maneras, no pude amortiguar el impacto inicial.

Pensé que India me había curtido en términos de pobreza por la calle, pero acá es otra cosa, es otra pobreza. Todavía la estoy masticando, intento disgregarla. Una diferencia enorme es que en India al menos veía puestos de comida por todos lados, tal vez no la más sana del mundo, pero las opciones abundaban. Acá encontrar comida es un desafío. Hay almacenes que venden algunas cosas empaquetadas y con suerte algo de fruta, ¿pero comida pronta tipo restorán? Poco. Cerca de las embajadas hay lugares con menú en inglés y platos occidentales, carísimos por supuesto, así que tampoco era lo que estaba buscando. No suelo hacerme problema con la comida en los lugares a donde viajo, he aprendido a comer de todo, pero Mauritania me demostró en pocas horas que acá sería diferente.

Puerto de Pescadores

El segundo día entré a caminar hacia el Port de Peche. No era cerca, tal vez una hora caminando, pero la cotidiana tarea de conseguir un taxi es un desafío impensado en Nuakchot. Cualquier auto puede ser un taxi y tenés que gritarle a dónde querés ir mientras pasa aminorando la marcha con la ventana baja. Me resultaba más fácil caminar, que solo dependo de mis piernas. Al rayo del sol, cubriéndome con un pañuelo demasiado abrigado para estas latitudes y con un calambre impertinente en la columna, llegué a uno de los puertos más activos de Mauritania. Todos los días cientos de botes salen con sus redes a cazar víctimas en uno de las bancas pesqueras más abundantes del planeta.

Había leído en algunos sitios de internet que el ambiente en el puerto era hostil, que no les gustan los turistas y mucho menos los que andan con cámaras en la mano. Así que arranqué tímida, con la sonrisa como estandarte y la mano repetidamente haciendo reverencias al corazón. De a poco fui charlando, explicando de dónde era, qué quería hacer y lentamente me gané la confianza de algunos. Sacar la cámara después fue más fácil y natural.

Los que trabajan en el puerto son de origen subsahariano, los más pobres de Mauritania, y llevan en su sangre la herencia de la esclavitud. Este país fue el último del mundo en abolirla en 1981. Incluso hasta 2007 no fue considerada delito y hasta hoy en día no debería sorprendernos encontrar casos camuflados de trabajo duro.

Hombres y mujeres de todas las edades viven de la pesca en Nuakchot.

La dinámica del puerto es intensa: cuando un bote llega a la orilla hay varios muchachitos con chalecos naranjas que corren en parejas a buscar los sacos llenos de pescados todavía coleteando. Los apilan en la orilla y un tipo con pinta de jefe anota números en una libretita. Ahí llegan otros pibes a cargar los sacones en carretillas y llevarlos más atrás, donde empieza el proceso de limpieza y destripe. No pude evitar notar varias fotos de chicos jóvenes y sonrientes estampadas en la ropa de los trabajadores del puerto. Algunos de estos botes tienen otro destino, ilegal y peligroso; aunque nadie quiera hablarme de eso.

Trabajan en duplas para bajar las bolsas de pescado de los botes.

Volví caminando y cuando vi un lugar con pinta de restorán me tiré de cabeza. Era la única turista y también la única mujer, sin contar a la chica que estaba cocinando. Dejé los zapatos en la entrada como hacen todos y pasé al interior alfombrado con varias colchonetas y almohadones contra la pared. Con algunas sonrisas y caras de incredulidad, nadie me preguntó qué quería comer, no debía existir tal cosa como un menú diverso.

Me trajeron un plato de arroz especiado con un pedazo de pescado en el centro. Uno de los señores que estaban comiendo me habló primero en inglés y después, cuando le dije que era de América Latina, en español. Era ingeniero y había estudiado en Argelia, no sé en qué momento el español se coló en su formación, pero hablaba con la fluidez de un estudioso. Apenas empecé a comer él se levantó y sin que me diera cuenta pagó por mi comida. “Bienvenida a Mauritania, es un placer tenerte acá”.

Tal vez la síntesis de este día se refleja en tal gesto. Mauritania no es un país fácil de viajar, ni placentero en muchos aspectos, pero hay mucho por aprender si te animás a rascar un poquito.

Mercado de camellos

Una tarea que podría ser muy sencilla en gran parte del planeta, en Nuakchot es un desafío imposible sin ayuda externa. Necesitaba averiguar de dónde salía el transporte para ir a un pueblo en el medio del desierto al otro día. O nadie sabía, o nadie me entendía, y solo logré encontrarlo porque dos chicas jóvenes que hablaban inglés me ayudaron en la traducción. Algo que imaginaba estaría resuelto sobre las 11 de la mañana, recién pude concretar a las 3 de la tarde. Parecería que todo en Mauritania va a ser así: difícil, tedioso y burocrático, aunque con final feliz gracias a la colaboración de la gente.

Cumplida la logística, solo me quedaba una cosa para hacer en Nuakchot: ir al segundo mercado de camellos más grande de África. Otra odisea conseguida gracias a asistencia externa. Un chico que estaba descargando heladeras de un camión se paró al costado del camino conmigo hasta conseguir un auto que me lleve al mercado. El problema eran los 20 kilómetros que lo separan de la ciudad y es difícil conseguir un taxi que quiera ir hasta allá. Me subí a un auto que ya iban cuatro pasajeros y se apretujaron atrás para dejarme el lugar del acompañante. Más que por caballerosidad, acá está mal considerado que hombres y mujeres no casados tengan cualquier tipo de contacto físico, incluso en el transporte público.

El conductor no tenía muy claro a que altura estaba el mercado, pero después de preguntar un poco llegamos a un gran descampado con probablemente miles de camellos agrupados en rebaños. Pasé todos los veranos de mi infancia en el campo de mis abuelos en Cerro Largo y la vida rural no suele sorprenderme, pero este lugar era otra cosa. Acá, reconozco, se me cayó la mandíbula.

Algunos dueños de camellos salieron de sus carpas cuando me vieron pasar

No había otro turista ni mucha gente caminando por los improvisdos pasillos que se formaban entre los animales, solo camellos con las patas atadas a una estaca en el suelo y algunos pastores con sus túnicas tuareg refugiados en las carpas del fondo. Son comunidades nómades que viven hace siglos transitando el Sahara sin importarles las fronteras que algunos europeos dibujaron sobre un escritorio.

Se puede ver a los tuareg en Mauritania, Mali, Níger, Argelia, Libia y Burkina Faso. A lo largo del siglo XX e incluso en lo que vamos del siglo XXI se llevaron a cabo varias rebeliones tuareg contra el poder colonial primero y los gobiernos centrales después. Aunque la modernización del transporte haya reducido las caravanas nómades y muchos se hayan sedentarizado, el desierto sigue siendo su casa y la luna el único jerarca que reconocen. Eso inevitablemente choca con la reciente -en términos históricos- división territorial diagramada por los colones europeos en la Conferencia de Berlín de 1884.

El segundo mercado de camellos más grande de África

Salvo la presencia de algunos celulares, el ambiente del mercado de camellos perfectamente podría tratarse de un viaje varios siglos atrás. Las túnicas azules se tiñen con índigo, generalmente dándole golpes secos por la dificultad de conseguir agua. Solo quienes se exponen a la hostilidad del desierto logran entender la inteligencia de una prenda tan fresca y liviana como resistente al tormento de la arena constante.

Según lo que entendí, traductor de celular mediante, un camello bebé cuesta cerca de 300 euros. Los adultos son más variables, dependiendo tanto del uso que se le va a dar: transporte, carrera o faena; como de la edad, género, tamaño y hasta belleza física. Sin embargo, el promedio estaría entre 800 y 1000 euros por un camello sano.

Volví a la ciudad a dedo en un auto de alta gama. El conductor, un mauritano empresario con negocios en Europa, me regaló pan y agua cuando me dejó cerca de mi hospedaje. Iba a decir algo sobre la abrupta brecha social, pero ahí creo que no hay ninguna novedad para el mundo que conocemos.

Este viaje sigue y espero subir pronto los videos a YouTube. Mientras tanto no te pierdas el especial que hice de Marruecos.

Pasé 4 días en un pueblito del desierto marroquí, ¡no te pierdas el video!